Saúl
Miranda Ramos
Enseña
por México
La
tierra. Es mucho y es nada a la vez. Depende desde donde se quiera mirar y cómo
se quiera entender. Para algunos es algo sucio de tocar, algo contaminado,
desagradable y símbolo de pre-modernidad. Para otros, la tierra es nuestra
madre, de la cual nacimos, que nos alimenta y a la cual volveremos. Es la vida.
En la cultura Náhuat[1] de
la Sierra Nororiental de Puebla tenemos una relación muy estrecha con ella y
forma parte importante de nuestro entender el universo al lado del fuego, el
agua y el viento. Algunos habitantes se han sentido tristes cuando sus maestros
han restado importancia a los elementos constitutivos del existir.
“ …. La razón es que casi nunca hablan del
campo. Siempre hablan de que uno debe ser mejor, estudiando más para que el día
de mañana sea uno el que ayude al pueblo a superarse. Al oír esta clase de
lenguaje, de niños pensamos que debemos estudiar, superarnos y ser como los
maestros, ya no volver al campo. Esto hace que uno se sienta mal y se refugie
uno en la soledad por no seguir estudiando. Se vuelve solitario, no puede
hablar porque todo lo que uno oye en la escuela y aprende no sirve en el
momento en el que se empieza a vivir en la realidad. En la escuela no solo
uniforman en la forma de vestir, sino en la forma de pensar que al final poco
sirve porque choca con nuestra forma cultural” (Chávez Tomás, Ismael en Almeida
y Sánchez 2001)[2].
Compañeros y
compañeras, hoy estamos frente a una gran oportunidad de ser más sensibles a la
realidad cultural de nuestra patria y trabajar la tierra al lado de nuestros
estudiantes; de establecer un verdadero diálogo intercultural de saberes, donde
todos aprendamos de todos. Que los estudiantes y las comunidades aprendan de
las tecnologías y la ciencia que los PEM saben poner en práctica; pero que
también los PEM aprendan y reciban los vastos conocimientos que las comunidades
tienen para ofrecernos. Sólo respetando nuestros saberes y estando abiertos al
aprendizaje es que podremos co-exisitir con dignidad.
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